lunes, 13 de octubre de 2008

FELICIDAD


A menudo me pregunto porque esperé tantos años para ser mamá. Si cuando era chica me gustaba jugar con mi hermano a que él era mi hijo y yo lo protegía. Mis muñecas eran mis hijas también. Y mis mascotas. Hasta los personajes imaginarios que habitaban mi mundo de niña.
Cuando crecí y la vida me puso a prueba me convertí en la madre chiquita de mi propia madre. Tal vez porque soy fuerte y acepté el rol aunque no me correspondía.
Pero un día, cuando menos lo esperaba, cuando los años ya me estaban anunciando que no lo lograría me convertí en mamá de verdad, con panza y alumbramiento, con pechos derramando leche y manos llenas de amor. Canté canciones de cuna y construí un nido para mi bebé. Y descubrí que había esperado ese momento siempre, que había vivido y practicado para convertirme en mamá porque ese era mi destino.
Y no importa cuanto tiempo esperé o si estuve sola, hoy tengo mi propio milagro de ojos verdes y pelo castaño. Cada vez que lo abrazo siento que lo merezco. Y cada vez que me dice “mamá” se que esa es la palabra que mejor me define.
SANDRA 13/10/2008